Ayer nos sobrecogió el trágico accidente de tren en Santiago de Compostela y se nos encogió el alma al ir conociendo poco a poco la magnitud del desastre y el número de personas muertas y heridas. De repente, interrumpimos nuestro plácido baño de mitad de verano en cualquier playa del Mediterráneo, nuestro paseo vespertino a orillas del mar o en la montaña, nuestra cena familiar o con amigos, nuestra cervecita en el chiringuito, nuestra partida de parchís o cualquier otra cosa que estuviéramos haciendo en el momento que conocimos la noticia. El tiempo se paró y nos pegamos al televisor, la radio, el ordenador, el móvil o a cualquier otro sitio por el que nos llegara información del terrible suceso.
Mientras veíamos una y otra vez las mismas imágenes del horror y la muerte pensábamos en la fragilidad del ser humano, en el destino, en ese "fatum" de los romanos o en la "τύχη" de los griegos que determinó que unos y no otros estuvieran en ese tren, que eligió que unos y no otros murieran o sobrevivieran. Empezamos a sentir el dolor de las familias poniéndonos en su piel ¿qué agudo dolor debe sentir quien pierde a un ser querido: hermano, padre, madre, hijo, primo, novia,... en tales circunstancias? ¡mejor ni imaginarlo! Son situaciones que llevan al ser humano al límite del dolor y del sufrimiento.
En una cadena de asociaciones recordamos el tópico clásico del "memento mori", la brevedad de la vida, lo delicado y vulnerable del ser humano, la sutil línea que separa la vida de la muerte y la inteligencia de los clásicos que, con su "carpe diem", nos invitan a aprovechar cada momento como si fuera el último para disfrutar y vivir el "hic et nunc" ( aquí y ahora) porque no sabemos en qué momento puede acabar nuestra vida, porque cualquiera de nosotros podría haber ido en ese tren.
Y, en medio de la tragedia, del desastre, del horror y del sufrimiento resurge la humanidad, ese rasgo distintivo del ser humano que siempre sorprende y que nos muestra a personas que entendiendo "homo sum, humani nihil a me alienum puto" ("hombre soy, nada humano me es ajeno") de manera desinteresada, altruista, solidaria salen a ayudar: bomberos, policías, médicos, enfermeros, voluntarios, vecinos, gente anónima que dona su sangre para dar un soplo de vida y de esperanza a los heridos, gente que hace suyo el sufrimiento de los demás y que elevan al summum la condición humana. ¡Enhorabuena por vuestra humanidad!
Con esta entrada sólo he querido estar cerca, al menos de corazón, de los familiares de todas las víctimas; mandarles un mensaje de ánimo también a los heridos; hacer un pequeño homenaje a todos los que han ayudado desinteresadamente en este tremendo desastre porque nos hacen creer en el ser humano y su bondad en un mundo que se mueve , cada vez más, por múltiples y variados intereses, y, por último, tener un recuerdo para las inocentes y fortuitas víctimas de tan descomunal y súbita tragedia, IN MEMORIAM.